Día 12 (81) - Gn 27:41-44
41 Y aborreció Esaú a Jacob por la bendición con que su padre le había bendecido, y dijo en su corazón: Llegarán los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob. 42 Y fueron dichas a Rebeca las palabras de Esaú su hijo mayor; y ella envió y llamó a Jacob su hijo menor, y le dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte. 43 Ahora pues, hijo mío, obedece a mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán, 44 y mora con él algunos días, hasta que el enojo de tu hermano se mitigue; Génesis 27:41-44
Ayer quedamos en el momento de grande dolor de Esaú. Se estaba dando cuenta del grave error que había cometido al despreciar la primogenitura. El problema también aumentó porque en vez de reconocer su error puso el foco en su hermano, Jacob. Desde las primeras personas que habitaron en la tierra, ha habido la práctica de echarle la culpa a otros cuando actuamos de mal manera, como si la mala conducta de otros nos habilitara para también hacerlo nosotros. Seguramente te acordarás de Adán y Eva en el huerto de Edén, que cuando Dios les preguntó sobre su pecado, ambos le echaron la culpa a otro.
Esaú tenía razón de estar enojado con su hermano, pues él le había hecho mucho daño, pero no se daba cuenta que todo esto era el resultado de lo que el mismo había sembrado: egoísmo, desprecio hacia la voluntad de Dios y hacer la suya. Esaú se había peleado con Jacob desde el vientre de su madre, pero ahora odiaba a su hermano. Dijo que el día en su padre muriese iba a matarlo. ¿A qué punto puede llegar el odio entre seres humanos en que uno desee matar al otro? Así cómo Caín lo hizo con Abel, Esaú pensó en hacerlo con Jacob. Con la diferencia, claro, de que Abel había hecho todo bien y Jacob había hecho todo mal. Pero nada, absolutamente nada, justifica el querer matar a otra persona. Jamás un ser humano tiene el derecho de quitarle la vida a otro ser humano, aunque pareciera que se lo merece, pues el que determina eso es Dios, y ante él no se podrá evitar la pena de muerte eterna.
Rebeca se enteró de lo que había dicho Esaú, y entonces llamó a Jacob y le dijo lo que había dicho su hermano sobre matarlo. Entonces nuevamente le dijo: obedece mi voz y vete a la casa del tío Labán, que vive en Harán. No sé que sintió Jacob, pero nuevamente escuchó esa frase: “obedece mi voz” y no creo que le trajo buenos recuerdos, pues ahora tenía que huir de su casa para salvarse de su hermano Esaú, por “obedecer esa voz”.
Nos quedamos un poco en ésta parte de la historia para reflexionar sobre esa frase: “Obedece mi voz”. Jacob obedeció esa voz que le pedía mentir y engañar y le ofrecía poseer la bendición y ser mejor que su hermano. ¿Qué voces escuchás vos? ¿Qué te piden esas voces? Esas voces pueden ser: programas de televisión, canciones, amigos, revistas, etc. que te invitan a mentir, a engañar, es decir, a desobedecer a Dios. Pueden venir de personas de nuestra confianza, pero si están en contra de Dios de seguro que nos va a perjudicar. Escucha la voz de Dios. El Salmo 85:8 dice: “Escucharé lo que hablara Jehová Dios, porque hablará de paz”…
Una de las cosas que nos pide, como hemos visto en ésos días, es que obedezcamos a nuestras autoridades. Hoy se nos está pidiendo que nos quedemos en nuestro hogar. Es de muy mal testimonio el no obedecer esas indicaciones, pues nunca fue más notorio el hecho de desobedecer. En nuestra casa… escuchemos la voz de Dios. Hoy empezamos con el dolor de Esaú, no seamos cómo él que se dio cuenta tarde lo malo que fue hacer la suya, obrando egoístamente y despreciando la voluntad de Dios.
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¿Qué voz deseas escuchar? ¿La de Dios o las que te invitan a ir contra Dios?