Día 13 (82) - Gn 27:45-28:9
45 hasta que se aplaque la ira de tu hermano contra ti, y olvide lo que le has hecho; yo enviaré entonces, y te traeré de allá. ¿Por qué seré privada de vosotros ambos en un día? 46 Y dijo Rebeca a Isaac: Fastidio tengo de mi vida, a causa de las hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het, como éstas, de las hijas de esta tierra, ¿para qué quiero la vida? 1 Entonces Isaac llamó a Jacob, y lo bendijo, y le mandó diciendo: No tomes mujer de las hijas de Canaán. 2 Levántate, ve a Padan-aram, a casa de Betuel, padre de tu madre, y toma allí mujer de las hijas de Labán, hermano de tu madre. 3 Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud de pueblos; 4 y te dé la bendición de Abraham, y a tu descendencia contigo, para que heredes la tierra en que moras, que Dios dio a Abraham. 5 Así envió Isaac a Jacob, el cual fue a Padan-aram, a Labán hijo de Betuel arameo, hermano de Rebeca madre de Jacob y de Esaú. 6 Y vio Esaú cómo Isaac había bendecido a Jacob, y le había enviado a Padan-aram, para tomar para sí mujer de allí; y que cuando le bendijo, le había mandado diciendo: No tomarás mujer de las hijas de Canaán; 7 y que Jacob había obedecido a su padre y a su madre, y se había ido a Padan-aram. 8 Vio asimismo Esaú que las hijas de Canaán parecían mal a Isaac su padre; 9 y se fue Esaú a Ismael, y tomó para sí por mujer a Mahalat, hija de Ismael hijo de Abraham, hermana de Nebaiot, además de sus otras mujeres. Génesis 27:45-46 y 28:1-9
Irremediablemente Jacob se tenía que ir de su casa. Su hermano estaba dispuesto a cumplir con su venganza. Su mamá le dijo que se vaya a casa del tío Labán (hermano de Rebeca). Además Rebeca le dijo a su amado hijo que vaya “unos días” a la casa del tío, y cuando se pase el enojo de Esaú lo mandaría a llamar para que regrese a su casa. Pero no quedó su participación allí. Fue y le dijo a Isaac que estaba muy fastidiada por las hijas de Het. ¿Quién era Het? Het era hijo de Canaán y Canaán hijo de Cam. En Génesis 9 vimos lo que fue la embriaguez de Noé. La mala conducta de Cam (puede ir al estudio del 25 de enero) trajo sobre su hijo Canaán una maldición que lo convertía en siervo de los descendientes de Sem. Isaac era descendiente de Sem. De alguna manera le estaba diciendo a Isaac que hable con Jacob y le diga que no debía tomar de las hijas de Het una esposa. Entonces Isaac llamó a Jacob y le dijo que se vaya a la casa de su abuelo materno Betuel, padre de Labán y de Rebeca. Y lo puso frente al desafío que ahora tenía por delante: él era el que llevaba sobre sí la promesa dada por Dios al abuelo Abraham y luego al mismo Isaac.
Es asombroso ver que Dios seguía la línea de Su promesa, pero los involucrados no se deban cuenta de que se estaban perdiendo la oportunidad de disfrutar de esa la promesa. Miremos un poco la realidad de la familia:
Isaac estaba despidiendo a su hijo. No sabía si lo iba a poder volver a ver, pues su edad y el deterioro de su salud era notorio. No parece estar muy enojado por el engaño, pero seguro en su corazón había una mezcla de sensaciones: por un la lado el engaño sufrido y por el otro el hecho de que la línea de la promesa de Dios pasaba por el engañador.
¿Rebeca pensó que se había salido con la suya? Había logrado desplazar a Esaú. Pensó que el enojo de Esaú pasaría en unos días y volvería se hijo a casa y lo tendría nuevamente con ella. Lamentablemente eso nunca iba a pasar. No lo sabemos con exactitud cuando fue ni por qué, pero al tiempo Rebeca falleció sin poder volver a ver a Jacob. El precio de su grave error fue extremadamente alto. ¿Habrá sido el dolor? ¿Habrá sido el darse cuenta de la gravedad de lo hecho cuando la ausencia de su hijo preferido la hizo recapacitar sobre lo que se cosecha al sembrar engaño y separación? No lo sabemos con exactitud, pero seguramente sus últimos días no habrán sido fáciles.
Jacob era un hombre de la casa. Tenía unos 40 años en ese momento. No encontramos en el relato de la historia de que saldría al campo, y mucho menos, al camino del desierto. Pero ahora tendría por delante que recorrer un sendero que desconocía y que lo llevaba a la realidad de desandar, (justamente en forma contraria) el camino que muchos años antes había hecho el abuelo Abraham siguiendo la guía que Dios le iba marcando. Eso muestra a las claras que su vida estaba enfocada en contra del sentido del camino de Dios.
Y nos queda Esaú. Al final del capítulo 26 hemos visto que había sido de amargura de espíritu para sus padres y ahora al ver que su padre bendijo al engañador, que lo había mandado a la casa del abuelo Betuel y le había dicho que debía tomar de allí mujer, y vio que Jacob obedeció, sabiendo que el padre había dicho de que no busque esposa en las hijas de Canaán, fue a Ismael y tomo de allí mujer. Ya tenía dos y ahora toma una tercera, las tres en contra del consejo del padre y buscando herir a ambos padres. En el capítulo 36 se presenta todos los descendientes que tendrá de esas tres mujeres.
Una familia que quedó en medio de la línea de la promesa de Dios. Dos padres que empezaron con fe a esperar en el Señor para su unión y luego para sus hijos, pero que con el tiempo cometieron errores que partieron el hogar en dos y los llevó a perder el gozo de participar en la promesa de Dios.
Cada uno de nosotros, los que tenemos a Jesús en nuestro corazón, también nos encontramos en una línea de promesa. Esa línea ha recorrido el antiguo testamento prometiendo la venida del mesías, el Salvador del mundo. Luego eso se cumple en Jesús. Él es el mesías, el elegido por Dios para salvar a la humanidad perdida. Jesús ya vino a la tierra, Él ya entregó su vida por la humanidad, Él ya volvió a los cielos, de donde vino y nos dejó una preciosa promesa: volverá al mundo a buscar a los que creen en él. Nosotros estamos en medio de esa línea de su promesa. La pregunta es:
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¿Estamos nosotros disfrutando de estar en ésa línea de promesa o estamos viviendo a nuestra manera y antojo?
¿Nuestro hogar es como el de Isaac, que empezó muy bien, pero terminó en el dolor, lejos del disfrute de Dios?