Día 27 (141) - Gn 42:21-25
21 Y decían el uno al otro: Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. 22 Entonces Rubén les respondió, diciendo: ¿No os hablé yo y dije: No pequéis contra el joven, y no escuchasteis? He aquí también se nos demanda su sangre. 23 Pero ellos no sabían que los entendía José, porque había intérprete entre ellos. 24 Y se apartó José de ellos, y lloró; después volvió a ellos, y les habló, y tomó de entre ellos a Simeón, y lo aprisionó a vista de ellos. 25 Después mandó José que llenaran sus sacos de trigo, y devolviesen el dinero de cada uno de ellos, poniéndolo en su saco, y les diesen comida para el camino; y así se hizo con ellos.
Ayer vimos el diálogo entre el “señor de Egipto” y sus hermanos. Vimos como esos 3 días sirvieron para que José conociera con claridad la voluntad de Dios y tomar la decisión justa. Y quedamos en que el camino largo y difícil que tenían aquellos 9 hombres por delante no era lo único que deberían enfrentar.
En el mismo lugar en que estaban dialogando con el señor de Egipto se desencadenaron los problemas. No era por lo que había surgido por el diálogo en sí, sino por la discusión interna entre ellos. Ellos no tenían la claridad de pensamiento que sí tenía José. La gran diferencia es que José se apoyaba en Dios y ellos es su forma egoísta de ver las cosas y echarse las culpas mutuamente. Ellos consideraban que todo lo que les estaba pasando era como resultado de lo que le habían hecho al propio José. Sí, habían pasado 22 años de aquel momento, pero el cargo de culpa seguía golpeando en sus corazones y mentes. Volvían, vez tras vez, las imágenes del rostro del joven de 17 años, que con angustia y ruego les había suplicado que no hicieran lo que al fin y al cabo hicieron. Reconocen que todo eso había sido “pecado”, es decir, en contra de lo que Dios quiere y manda. Habían hecho todo mal, en forma totalmente opuesta a lo que se debe hacer. Reconocen además que la angustia que están pasando es la cosecha de la angustia que sembraron 22 años antes en José, sin escuchar sus ruegos.
Rubén, el hermano mayor, interviene en la discusión y regaña a sus hermanos, echándoles en cara que no solo no escucharon a José, sino que tampoco sus palabras cuando les advirtió no levantar la mano sobre su propio hermano. Y remató diciendo que ahora se les demanda su sangre. Usa una frase muy similar a que vemos en Génesis 4 cuando la sangre de Abel clama por lo hecho por Caín, y eso deja una marca en Caín para siempre. Rubén entendía que esa marca estaría en ellos para siempre, el acto hecho era de suma gravedad y tenía igualmente consecuencias de suma gravedad.
Ellos discutían pensando que nadie entendía lo que estaban discutiendo, pero el relato bíblico muestra claramente que no era así. José estaba escuchando la discusión de como se dieron todas las cosas ese día tan terrible para él. Aquellas imágenes que vinieron a la mente de los 10 hermanos, también vinieron a la de José, pero vistas de una ángulo totalmente diferente. Aquellas eran frente al muchacho, rodeadas de satisfacción por “sacarse de encima” a su hermano a quién odiaban y poder ganar 20 piezas de plata. En cambio estás eran imágenes de ver a 9 hombres desoyendo sus súplicas, riendo con odio, despojándolo de la túnica que su amado padre le había regalado y pensando que tal vez nunca más lo volvería a ver. Imágenes que podrían haber trastocado ese momento de temor a Dios y misericordia sobre sus hermanos en odio y justicia por mano propia.
Pero el relato dice que salió de allí, se fue adentro y lloró. El llanto aparece en las personas de muchas maneras. A veces habla de emoción. Otras de tristeza muy marcada. Otras hasta de alegría. Posiblemente en ese llanto se mezclaron todas: primero las sensaciones tan dolorosas de ese entonces; segundo el ve que esos hombres tan duros y malos estaban reconociendo su pecado y tercero como Dios había llevado todo aquel mal y lo había transformado en bien. ¡Qué maravilloso es Dios! ¡¿Quién puede obrar como Él?!
Nosotros muchas veces también derramamos lágrimas. Hasta Jesús lo ha hecho. Que bueno es que a pesar de todos los problemas y pruebas que causan dolor en nuestras vidas, podemos ver como Dios actúa y como dice en su Palabra, todas las cosas nos ayudan a bien, a los que amamos y buscamos su voluntad, aunque no siempre lo entendemos.
Y José, luego de llorar adentro, volvió a sus hermanos, y como había que seguir con el plan, actuó guiado por Dios, y detuvo en la cárcel a su hermano Simeón, y los otros 9 fueron testigos de su detención. Simplemente para recordar, Simeón fue uno de los dos que atacó al pueblo de Hamor y mató a todos los hombres de ese lugar. Un hecho realmente terrible que ya hemos visto.
Luego hizo llenar los sacos de comida de cada uno de los 9 e hizo poner el dinero de cada uno en su saco, y les dio comida para el camino. Todo esto nos muestra que más allá lo que nuestra humanidad, nuestra carne o nuestra mente nos puede motivar a querer hacer justicia por nuestra mano, aun en medio del recuerdo del mala que nos pueden haber hecho, Dios puede guiar nuestro espíritu y alma para obrar correctamente, no solo obteniendo el bien para nosotros, sino para todos los que nos rodean.
Piensa en un momento donde recordaste algo que te hicieron. ¿Qué pensaste hacer? O ¿Qué te hubiese gustado hacer y no te animaste?. ¿Qué es lo que Dios desea hacer con esos recuerdos que te pueden entristecer?