14 Vino
Judá con sus hermanos a casa de José, que aún estaba allí, y se
postraron delante de él en tierra. 15 Y les dijo José: ¿Qué
acción es esta que habéis hecho? ¿No sabéis que un hombre como yo
sabe adivinar? 16 Entonces dijo Judá: ¿Qué diremos a mi
señor? ¿Qué hablaremos, o con qué nos justificaremos? Dios ha
hallado la maldad de tus siervos; he aquí, nosotros somos siervos de
mi señor, nosotros, y también aquel en cuyo poder fue hallada la
copa. 17 José respondió: Nunca yo tal haga. El varón en cuyo
poder fue hallada la copa, él será mi siervo; vosotros id en paz a
vuestro padre.
Continuamos
con esta historia, que a mi gusto, es una de las más hermosas de la
Biblia, después de la de Jesús, por supuesto. Y al entrar en ésta
parte del relato es imposible no mirar hacia atrás. Las experiencias
de la vida nos van marcando y esas marcas muchas veces condicionan
nuestro obrar. (Eso al menos dicen los especialistas)
Los
últimos 22 años habían sido una mezcla de dolor, aprendizaje y un
cambio total de la vida de José. Primero los 13 años de esclavitud.
Si, 13, supongo, largos años que habían convertido a ese joven bien
vestido y preferido por su padre, en una persona de entre las más
despreciadas en todo Egipto. Durante esos años no habrá solo
presionado su cuerpo la esclavitud, sino que seguramente la traición
y desamparo de su familia habrán presionado fuertemente su corazón.
Ambas nos demuestran, que había una fuerza interior que mantuvo a
José de pie, y no fue una propia, sino que la presencia de Dios en
su vida fue la responsable, como varias veces hemos visto en la
historia.
Luego
de esos 13 años tan pero tan duros, José pudo darse cuenta que
habían sido un entrenamiento intensivo para una tarea totalmente
superadora que Dios le había preparado. La primera parte era el
poder ser el “señor” de Egipto, con la responsabilidad de darle
de comer al mundo durante, nada más y nada menos, siete años de
hambre total.
Pero
había una segunda tarea que era más personal. La primera era hacia
afuera y segunda hacia adentro. Ésta, la segunda, tenía que ver con
su familia y su pasado tan triste. Ahora, el hombre que tomaba
decisiones por el bien de toda la tierra de aquel entonces, debía
tomar decisiones sobre las personas que tanto mal habían planeado
para su vida, al punto tal de planear su muerte.
Durante
los últimos días hemos estado viendo el plan que José llevo a cabo
para poder comprobar si esos 10 hombres seguían siendo tan malvados
o si ellos habían dejado que Dios pueda obrar en ellos. (Pues Dios
no obra a la fuerza en ninguna persona, aunque es Todopoderoso). 22
años antes había soñado que los manojos de espigas de sus hermanos
se inclinaban ante el de él, lo cual elevó el nivel de enojo de
ellos; pero ahora varias veces los había visto frente a él tocando
la tierra con sus cabezas. Pero… ¿ésta vez era igual? José que
era un buen observador, como ya hemos visto también, notó que algo
había cambiado en ellos.
Nuevamente
los hombres, estaban postrados a tierra y escuchando, por traductor,
la voz del señor de Egipto, haciendo preguntas en un tono
seguramente intimidante sobre los actos de ellos. Y… ¿qué
cambió?. Anteriormente, siempre trataron de justificarse ante las
acusaciones, pero ahora se escuchó de la voz de Judá:
¿Qué
diremos a mi señor? ¿Qué hablaremos, o con qué nos
justificaremos? Dios ha hallado la maldad de tus siervos; he aquí,
nosotros somos siervos de mi señor, nosotros, y también aquel en
cuyo poder fue hallada la copa.
Judá. Si, Judá nuevamente,
de quién ya hablamos días atrás. Sus palabras son de
reconocimiento de culpa. Si bien no estaba reconociendo el hecho de
la copa en sí, sino que la culpa que venía golpeando su corazón
desde hace tantos años por las cosas malas realizadas, encuentra una
respuesta en el juicio de Dios. Por eso dice que no puede
justificarse, pues Dios ha mostrado la maldad de sus corazones.
No
hay nada que podamos hacer en nuestra vida que quite de nosotros la
carga de nuestras culpas, salvo el perdón que ofrece Jesús. ¿Por
qué nuestras culpas son una carga? Porque ellas nos separa de
nuestro Creador y nos llevan a la muerte eterna. Por eso vino Jesús
a cargar sobre sí tus pecados y los míos: “Para que todo aquel
que en él cree no se pierda, más tenga vida eterna.” (San Juan
3:16)
Así
podemos ver que el plan de José iba mucho más allá de saber si su
padre estaba vivo y si sus hermanos trataban bien o no a Benjamín,
sino que ellos pudieran reconsiderar su relación con Dios. A eso se
refirió el Señor Jesús al decirnos que debemos ser luces. Y José,
aunque todavía no tenía la Biblia como nosotros, fue guiado
por Dios para obrar con bien.
Su
respuesta al planteo de Judá fue mucho más tranquila pero con la
misma firmeza, y al mismo tiempo se diferenció de sus hermanos:
“
Nunca
yo tal haga”.
La
importancia de pensar antes de actuar.
Ahora
era el momento de saber como eran sus hermanos realmente e insiste
con sus indicaciones: “
El
varón en cuyo poder fue hallada la copa, él será mi siervo;
vosotros id en paz a vuestro padre”.
La
prueba llegaba a su punto cúlmine. ¿Qué harían esos hombres ante
tanta presión? La libertad de salir y volver a casa estaba a un
paso. ¿Era esa la opción a tomar? ¿Podían nuevamente elegir en
forma egoísta como lo habían hecho toda su vida? Mañana lo
veremos.
Hoy
terminamos dejando de mirar a esos 10 hombres y dirigiendo la mirada
hacia José. A pesar de todo lo que había sufrido, no estaba
devolviendo a sus hermanos con la misma moneda. Dios puede obrar de
esa manera en nuestra vida si le permitimos que así lo haga. Dios
sigue poniendo en nuestras manos la decisión.
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¿Cómo
actúas ante los que te molestan o hablan mal de vos cuando tienes
la oportunidad de responderles o hacer justicia por mano propia?
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¿Qué
crees que debes cambiar en ese aspecto?
Oración:
Querido
Padre Dios, gracias porque tu has mandado a tu Hijo Jesús a morir
por mi, y ahora sé que estoy perdonado de todos mis pecados desde
que lo acepté como Salvador personal. Ayúdame a tratar como Jesús
me trató y como José trató a sus hermanos, a las personas que no
me tratan bien. En el nombre del Señor Jesús, Amén.