Día 30 (56) - Gn 22:10-12
10 Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. 11 Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 12 Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. Génesis 22:10-12
En éstos últimos días hemos estado camino al monte Moriah. Caminamos paso a paso al lado de Abraham e Isaac. Partimos desde la casa de Abraham y durante tres días avanzamos hacia el monte que Dios indicó. Miramos muchos detalles de la historia y toda ella nos llevó hasta un altar, construido por piedras, y que sobre él estaba la leña y encima nada más y nada menos que Isaac atado, listo para el sacrificio.
A pesar de ser un joven con toda la fuerza y con toda la inteligencia, él se quedó en el lugar y respetó la voluntad de su padre, que era la voluntad de Dios. Y llegó el momento, luego de ser atado donde Abraham debía demostrar su fe a Dios, sacrificando a su hijo tan amado.
Abraham se dispuso a cumplir la voluntad de Dios y bajo la mirada, seguramente, impactante pero confiada de Isaac, sin saber exactamente que podía llegar a pasar, tomó el cuchillo para cumplir con el sacrificio. Muchas veces había hecho sacrificios en diferentes partes. Tenía muy buena practica para hacerlo. Pero esta vez no era un animalito el que estaba allí, era un ser humano. Era nada más ni nada menos que su hijo amado.
¿En qué estaría pensando Isaac? No lo sabemos a ciencia cierta, pues nada dice la Biblia de eso. Pero todo pensamiento de dolor, temor, desconfianza, y desesperación quedó postergado por el de confianza, en Dios y en su padre Abraham. Pero si sabemos en que estaba pensando Abraham. Como ya vimos en otro estudio, la Biblia nos enseña que Abraham pensaba firmemente en cumplir con el sacrificio de Isaac y que Dios lo iba a devolver a la vida de alguna manera, pues él era el hijo de la promesa.
Ya se había cumplido cada paso que Dios pidió. Ya se había preparado las cosas necesarias al momento de salir de su casa. Ya se había caminado los tres días para llegar al monte Moriah. Ya se había dejado en la base del monte al asno y los sirvientes, pues era un holocausto donde solo debían estar Abraham y su hijo. Ya había subido hasta el lugar indicado en el monte. Ya había edificado el altar. Ya había puesto la leña. Ya había atado a su hijo y lo puso sobre la leña. No quedaba otra cosa que tomar el cuchillo para degollar a Isaac. Seguramente que con un nudo en la garganta, en el estómago y en el corazón toma el cuchillo como tantas veces, pero sucede algo que jamás le había pasado en todos los sacrificios que había ofrendado a Dios a lo largo de toda su vida. En ese momento retumbó en el monte una voz desde el cielo que decía: Abraham, Abraham. Y Abraham respondió: Heme aquí. Y la voz del ángel de Dios que venía del cielo le dijo: ¡No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, pues no me rehusaste tu hijo!
¡Qué prueba tan difícil pasó Abraham! Pero sin lugar a duda… ¡Aprobó! Mostró que esta vez no iba a obedecer a su manera, sino a la manera de Dios. Muchas veces a lo largo de su vida había cometidos muchos errores, algunos muy feos, grandes pecados, pero ahora su corazón quería hacer las cosas como Dios lo mandó sin cambiar nada.
Pero allí estaba Isaac, que lo dejamos sobre el altar, mirando en forma un tanto confusa seguramente, pues que momento difícil había pasado esperando el impacto del cuchillo en su cuello. Pero Abraham, con una felicidad enorme, lo desató e Isaac se pudo bajar de las piedras y la leña. Ese día Isaac pudo escuchar la voz de Dios y comprobar la fe enorme que su padre tenía. Pudo entender que la fe puesta en Dios hace cosas maravillosas, como escuchar la voz misma de Dios. De ahí en más ya no fue igual su vida, pero eso lo veremos otro día.
No puedo dejar de pensar, como lo hicimos estos días, en el Señor Jesús cuando estuvo clavado en la cruz. Así como Isaac confió en su padre, Jesús se puso en las manos de Su Padre. La gran diferencia entre ambas historias es que Jesús fue obediente hasta la muerte e Isaac fue obediente hasta lo que podría haber sido su muerte.
-
¿Estás observando a las personas de fe que te rodean?
-
¿No te gustaría tener la fe que tuvo Abraham?