Día 30
¡Hola! Bienvenido a la serie “Os ha nacido”, día 30.
En este mes hemos estado recorriendo los acontecimientos que rodearon el antes, durante y después del nacimiento de Jesús. Pasamos por Zacarías, Elisabet, Juan, María, José, ángeles y pastores. Y en Lucas 2: 25 al 38 se sumarán dos personas más.
Miremos lo que dice Lucas 2: 25 Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. 27 Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, 28 él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: 29 Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; 30 Porque han visto mis ojos tu salvación, 31 La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; 32 Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.
Acá vemos que la primera persona fue Simeón. En medio de muchas personas que tenían a Dios como una religión o una cuestión cultural, como sigue sucediendo aún hoy en muchos lugares, había verdaderos creyentes en Dios. Simeón era uno de ellos. Lucas destaca algunas cosas de él. Dice que era justo y piadoso, y que el Espíritu Santo estaba sobre él. Ya hemos visto que ser justo es hacer las cosas como Dios nos manda, tratando de siempre actuar de acuerdo a la justicia de Dios. Y el ser piadoso, no solo nos indica que era fiel a Dios, sino que ponía mucho interés en la necesidad de las personas, en lo espiritual pero también en lo material, en lo que estuviera a su alcance.
Pero va a ampliar la descripción diciendo que el Espíritu Santo estaba sobre él. Era realmente un hombre de Dios para que su Espíritu estuviera sobre él, no nos olvidemos que aún estaban en el tiempo anterior a la entrega de Jesús en la cruz. Todavía estaba el antiguo pacto o el tiempo de la ley.
Sin lugar a duda el Espíritu Santo obraba en su vida, pues dice que primero le reveló que iba a conocer al Mesías antes de que muriera, pero que también Él mismo lo llevó ese día al templo, y aunque cualquier otro sacerdote podría recibir a José, María y Jesús, fue Simeón, no por casualidad, sino porque fue llevado por el Espíritu de Dios.
Es maravilloso como obra el Espíritu Santo en aquellos que están bien unidos a Dios, que tienen una comunión diaria con él y que tienen sus principios y mandamientos como estilo de vida, demostrando que desean ser verdaderos hijos del Altísimo, como ya hemos visto anteriormente.
Muchos desean que el Espíritu Santo haga cosas milagrosas con ellos, como si esa fuera la única forma de que se note que está dentro nuestro. Varias veces he tenido que soportar la agresión de personas que me han dicho que si no he hecho milagros en mi vida, no tengo el Espíritu de Dios o al menos no tengo la seguridad. La respuesta es que el ya ha hecho el milagro en mí, limpiando mi corazón y entrando en mi vida en ese momento en que Jesús me limpió y me perdonó.
Simeón no hizo ningún milagro a la vista de nadie, sino que disfrutó de la tranquilidad de la promesa de Dios, y de la revelación que le dio, de la cual no dudó. ¡Que bueno es que podamos disfrutar de escuchar y aprender su Palabra, y eso se logra al creer en ella y hacerla práctica en nuestro vivir!
No solo se cumplió la promesa de que vería al Ungido, al elegido de Dios, al Mesías, sino que ¡lo tuvo en sus manos!! Me imagino la alegría o el gozo profundo que tuvo ese día, no solo en disfrutar del cumplimiento de la promesa, sino, mucho más allá, de tener en sus manos al Salvador del mundo, el Hijo de Dios.
Los últimos cuatro versículos nos muestran las palabras a Dios que elevó de gratitud, por lo que podía experimentar personalmente, por poder partir de este mundo habiéndose cumplido la promesa, pero también porque venía a Israel la posibilidad de ver con sus propios ojos la salvación que venía desde los mismos cielos.
María y José se seguían sorprendiendo de todas las cosas que iban sucediendo alrededor de su bebé, de Jesús. Tanto habrían sufrido durante el embarazo de María por los rechazos, rumores, malos comentarios, discriminación, etc, pero ahora todo lo que los rodeaba era reconocimiento al que había nacido de ella.
Pero a Simeón le tocaba dar las primeras palabras proféticas sobre el niño, después de haber nacido. Ese era un momento de gozo, de asombro. Pero el que era guiado por el Espíritu Santo no podía callar lo que Él iba poniendo en su corazón.
Y entonces se dirige a María y le dice: He aquí, este está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
Es notable que Lucas remarca que no se dirigió a ambos, sino solo a María. Hoy, luego de conocer toda la historia de Jesús en la tierra, podemos inferir que no incluía a José en las palabras porque cuando llegará ese momento tan terrible para Jesús, y que sería como una espada al alma para ella, José ya no estaría. De hecho la última mención de él fue a los 12 años de Jesús. La Biblia no dice nada más sobre José, pero muchos concuerdan en creer que después de ese episodio y antes de los 30 años de Jesús, José murió de alguna enfermedad.
Las palabras de Simeón se podrían resumir en las de Juan 1:10 En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. 11 A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
Los judíos creían en el Dios creador, pero en general no quisieron conocerle cuando estuvo entre ellos. Y aunque Jesús vino a hacer e hizo lo suyo, es decir, morir en la cruz para salvarnos, los suyos, su pueblo, Israel, no lo recibió.
¡Que tarea tendría María durante los próximos 33 años! Si bien su tarea principal sería esos primeros años junto a José, ella estaría, junto a muchos otros que creerían en Jesús, como testigo de todo lo que tuvo que sufrir por todos nosotros, y por ellos también.
¿Oramos?
Querido Padre Dios, gracias por tu persona tan maravillosa. Gracias por tu amor, gracias por tu Hijo Jesús nuestro Salvador, y gracias por tu Espíritu Santo, que está en mi vida desde que acepté a Jesús como Salvador personal y desea llenar toda mi vida para guiarme como lo hizo con Simeón. Deseo, oh Dios, que me ayudes a dedicar mi vida a ti, para poder ser lleno de él, como dice tu palabra, y pueda cada día escuchar tu voz con total claridad. En el nombre del Señor Jesús, Amén.